Tengo el gusto de vivir el azaroso y divertido oficio de crear puentes. De construir caminos y conexiones con la obligada sensibilidad, pero firmeza, del hilo de una araña. No por oscura, sí por estratégica. No por devoradora, sí por la firme creencia que es el tejido social el que lo sostiene todo. El tejido que nos conecta y que configura la red que evita (o debería evitar) que que nadie caiga. Es en la tempestad, en los momentos críticos como el actual, donde se testa la resistencia del tejido.
Docentes, orientadores, tutores, equipos directivos y asesorías tratamos de tejer de la manera más coordinada posible con familias y alumnado. Y ahí reside el secreto. En esas conexiones. La clave no está en la resistencia de tu hilo como sujeto o agente educativo independiente. Si no en el número y cantidad de conexiones que seas capaz de crear. La clave está en los vértices, en los vínculos.
Efectivamente necesitamos a la escuela por supervivencia. En ella o a través de ella, se desarrollan esos vínculos usando como excusa un puñado de contenidos y tareas que nos conectan. La conexión a través de la tarea me hace recordar mi época en Tanzania trabajando en cooperación internacional con Uvikiuta, una ONG local; Durante apenas dos meses fui el único europeo trabajando con voluntarios locales en la construcción de una escuela. Algunos de aquellos desconocidos se convirtieron en muy poco tiempo en amigos para siempre. Aún hoy, quince años después, estando muchos de ellos repartidos por el mundo, nos escribimos añorando aquellas caminatas cantando de vuelta al poblado. Un extraño lazo nos mantiene unidos. Un vínculo firme construido en torno a una tarea, un objetivo, un proyecto. Hoy, viviendo en la Costa del Sol andaluza, lo comparo con las colonias de holandeses y británicos que llevan años compartiendo aceras en Marbella y apenas mascullan un “hola”. Siguen siendo extranjeros desconocidos, están desconectados. Efectivamente es la tarea lo que te hermana, no compartir ni un espacio ni un tiempo. Por eso necesitamos que la escuela proponga tareas inclusivas y transversales. Inclusivas para no dejar a nadie fuera. No dejar a nadie desconectado. Y transversales, porque el tejido será más resistente si conecta también familias y otros agentes. Luego, diseñaremos que además, los contenidos, competencias y destrezas que se entrenen en el desarrollo, en la ejecución de esa tarea que nos une, sean útiles y valiosas para la sociedad que queremos.
Volvamos a la analogía de la tela de araña para imaginar la función de equipos directos en y, en mi caso, de la asesoría educativa. Buscar alianzas, conexiones, acuerdos… proponer y participar en tareas que nos acerquen al objetivo común es el primer reto. Cuando identificamos el objetivo común de todos los agentes (familias, equipos docentes, alumnado) sólo habrá que diseñar la arquitectura de acción. Siempre desde el consenso, pues nadie se va a comprometer de verdad, en un proyecto en el que no cree al cien por cien. En el tejer y tejer, tejer y tejer… se encierra la permanente búsqueda del mediador, coach o asesor educativo. Como el alquimista de Coelho; Buscando fortalezas y méritos del esfuerzo encomiable de quien lidia con la tiza en condiciones desfavorables.