Trinchera educativa
Algunos docentes viven estos días en una trinchera educativa, otros viven ahí todo el año. La docencia, el día a día, se vive por algunos como una batalla y todo un reto de supervivencia emocional. Es cierto que nos hemos acostumbrado a la militarización del lenguaje estos días y sí, quizá no te resulte extraña la analogía del aula y la teleformación como un campo de batalla. Pero también es cierto que esto no es algo nuevo. Efectivamente hay quien vive permanentemente la escuela como un escenario bélico de tensas relaciones y tácticas de guerra. El profesor contra la clase. Los padres contra el profesor. El director contra el conserje. El alumno contra todos. Una auténtica guerra civil autodestructiva en la que el asesor o coach educativo, realiza una incursión a campo abierto portando una bandera blanca. En esa temeridad, bien por atrevido, soñador o inconsciente, el asesor educativo se juega el pellejo ante la posibilidad de que le vengan por varios frentes.
En son de Paz
En ese contexto, en ese momento que estás en mitad del campo de batalla con tu banderita blanca alzada, el primer objetivo es sobrevivir. Evitar el ataque de cualquiera de los contendientes. Que haya un momento de paz para ver, juntos, si hay opciones del armisticio. Para eso debes tratas de empatizar. Escuchar más que hablar, ofrecer más que pedir… y, en todo caso, sugerir objetivos compartidos. Trata de seducir con propuestas viables y sencillas para el desarme… En muchos casos, en mi caso y hasta la fecha, eso funciona. Es en ese momento cuando empezamos a encontrar vías para la pacificación de la enseñanza. Que no es otra cosa que la actitud proactiva de crecimiento y superación ante los problemas.
Guerreros, guerreras y lobos solitarios
Pero a veces hay en los centros educativos, guerrilleros y guerrilleras, lobos solitarios o sicarios con el cuchillo entre los dientes permanentemente. Compañeros obcecados en una batalla encarnizada contra todo y contra todos. Ahí no nos libramos ninguno de violentas embestidas. Ahí recibe la directora, el inspector, la compañera, el conserje, el ponente, la asesora, las familias, los políticos… y por supuesto la administración, como esa dama etérea y maléfica siempre planeando en darte más burocracia y amargarte la vida. (léase de forma irónica aunque efectimente algunos lo perciban así)
Siempre me pareció atractivo el espíritu rebelde
Por inconformista, luchador y transgresor que debe tener todo rebelde. Y aunque en este casos nos referimos a rebeldes sin causa con enfado crónico, también consiguen una mayor atención. Y perdón por mi atrevimiento, pero sí, esos rebeldes guerrilleros suelen despertar en mí un interés especial. No se bien si es una patología masoquista o mi tendencia al reto, se convierten en sujetos desafiantes más que en sujetos pesimistas, impertinentes y molestos, que cualquier persona en su sano juicio (parece que no es mi caso) debería evitar.
De repente, en ese contexto beligerante, me veo con la necesidad de conectar con esos docentes tóxicos anti-todo y contra-todo. Conectar con el docente que te analiza con desconfianza, como con la mirada del soldado de primera línea al desertor de una guerra. De hecho, y curiosamente, suelen utilizar ese término: “desertores”, para referirse a ponentes, formadores y asesores.
Detectar detractores a tiempo
La ventaja es que son fácilmente detectables. Su mirada irradia matices de coctelera que combina tristeza, ira y miedo. En sus facciones se dibujan surcos de sufrimiento como el Sísifo que viaja de vuelta. El agotamiento, el hastío y la pesadumbre que te muestran, te sitúa en una emoción compasiva que te despierta cualquier persona que sufre. En ese instante lo entiendo, empatizo y se muestra un poco más cerca cuando ablandas la mirada y desaparece el juicio.
Pero también hay héroes y heroínas silenciosos, que no del silencio.
Pero afortunadamente no todo es así. De hecho diría que la mayoría de los docentes son de espíritu creativo, proactivo y optimista. Es más, personalmente pienso que es muy difícil ejercer la docencia sin esos tres rasgos. También éstos son fácilmente identificables. Algunos te invitan a un tour guiado por esos espacios llenos de ruidosa vida. Otros, no se muestran tan prolijos ni exhibicionistas, desconociendo que me encantaría aprender de sus éxitos, logros y errores. Ahí me veo muchas veces, adentrándome en ese laberinto de exposiciones, manos de colores, palomas de la paz, frases de amor y concordia escritas por niños y niñas de forma libre o al dictado de adultos -mejor no preguntar-. Camino por esos pasillos con olor a cola y libro nuevo… Observo, pregunto y aprendo. Aprendo mucho. Escrutando cualidades y éxitos, éxitos de verdad. Los que no lo parecen tanto, los imperfectos. A veces, éxitos que en la normalidad del héroe o genio (muchos docentes lo son) ellos mismo no valoran. Son los que más me interesan. El éxito del docente al hacer sonreír a un niño que tiene pocos motivos para hacerlo.